Sin público, no hay presentación. Si conozco a mi público puedo adaptarme a él, satisfacer sus necesidades y establecer un diálogo. ¿He dicho un diálogo? Normalmente, pensamos que una presentación es unidireccional, algo así como un monólogo, una exposición de ideas que “alguien” escucha. Pensamos que nosotros somos el único emisor y que el público tiene tan solo la función de receptor. ¿Os acordáis del esquema de la comunicación que nos enseñaron en el colegio?
Realmente nos explicaron el esquema de la “información”, ya que para que exista verdadera comunicación necesitamos también la “respuesta” del receptor, que llamamos también retroalimentación.
En las presentaciones pensamos que lo importante es lo que yo digo y que el público ya asimilará mis mensajes. Pensamos que yo soy la persona importante en la presentación, porque soy el “experto” y los demás son secundarios porque sólo escuchan. ¿Es eso prepotencia, ignorancia, comodidad…? Quizá es el enfoque tradicional.
Es cierto que a priori tengo el papel protagonista. Por supuesto, tengo que saber mucho sobre el tema que nos ocupa, porque ahí estoy, de pie ante todos, “dirigiendo la orquesta”. Soy la persona que mejor conoce el tema y por ello, “me he ganado el derecho a hablar” (como decía el maestro en oratoria, Dale Carnegie). Ser experto no significa saberlo todo. Ser experto significa disfrutar con el tema, conocerlo a fondo, estar al día, hacerse preguntas sin parar, querer compartir mis ideas, enviar mensajes memorables, tener una actitud favorable, querer saber más…
¿He dicho que dirijo la orquesta? ¿Qué os parece? Sí, soy el director de la orquesta. El público y yo somos un equipo, somos una orquesta. En el momento de la presentación o ponencia, soy el líder y llevo la batuta. Y mi público, mis clientes, participan en el tema, aportan sus experiencias, “tocan sus instrumentos” y por supuesto, mejoran el resultado final. Cada persona que forma el público es relevante en el resultado de la presentación. Por tanto, quiero que participen, quiero establecer un diálogo con ellos, quiero que enriquezcan la presentación, nuestra presentación. Cuantas más aportaciones, mejor sonará la música. Cuanto mejor se integren los participantes, mayor sintonía y mejores resultados.
Pensemos empáticamente en el público. Allí sentados, esperando que “alguien” les suelte un “rollo” más y deseando que pase el tiempo rápido, para hacer las cosas que ellos consideran prioritarias en su vida. ¡NO! Ellos son los importantes, ellos van a decidir si mi presentación es buena o mala, si triunfo o fracaso. Estoy en sus manos. Mi actitud ante ellos debe ser de humildad, de servicio. Voy a pedirles su opinión, voy a dialogar con ellos, voy a pedirles su participación, que pregunten, que aporten sus anécdotas y experiencias. ¡Yo voy a aprender de ellos!